Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano fue uno de los más grandes educadores de la historia de nuestro país. Enfrentándose a la dirigencia más cruel, este abogado porteño puso pie firme en el interior y se encargó de enseñar a los aborígenes sus derechos, de manera de fomentar el patriotismo en personas que hasta ese momento eran excluidas de todo por parte del gobierno de turno. Con sus ejemplos formó entre los aborígenes una verdadera base para la educación argentina.
Belgrano fue un idealista que en tiempos remotos se animó a pensar el país que más tarde se encargaría de construir.
Entre sus grandes obras se recuerdan una reforma agraria que contemplaba la expropiación de tierras sin producir para dárselas a los más pobres y necesitados, además de la promoción de igualdad entre el hombre y la mujer. Nada de esto fue obedecido en su momento por quienes gobernaban este país, más su modelo es usado hoy en día como fundamento para la construcción de esta Nación.
Sobre este prócer (El más grande de todos para mí) se podría hablar durante horas, y aún así no terminaríamos jamás de maravillarnos de su herencia. Cuando triunfó en las batallas de Tucumán y Salta, recibió un premio económico por parte del estado que decidió destinar íntegramente a la construcción de 4 escuelas en diferentes provincias. Tal su costumbre, el gobierno tardó doscientos años en construirlas. Gracias a sus defensas(Y a las de Martín Miguel de Güemes, injustamente no mencionado más veces en este artículo) es que hoy nos pertenece el norte de nuestro país. Manuel luchará contra los realistas completamente enfermo como la mayoría de sus hombres hasta ya no dar más y dejar el mando del ejército nada menos que a José de San Martín, quien con mucha valentía y capacidad culminará no sin dificultades la obra de este gran maestro argentino.
Por todas estas cosas, porque nos enseñó a defender con ahínco a la Patria, no dejándonos robar la dignidad, y merced a la enorme cantidad de cosas de las que jamás nos enteraremos:
¡DIOS LO TENGA EN LA GLORIA, GENERAL!
Germán Gilio
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